Restaurant Kong, I Distrito de París. Miércoles 23 de
marzo de 2005, 22:40
-Disfrutas torturándome de esta manera, ¿verdad?
La mujer sonrió y se llevó otra cucharada de rebosante
chocolate a la boca, que saboreó lentamente con los ojos cerrados. Gianni
sacudió la cabeza.
-Ya te vale.
Ella tomó la servilleta y se la pasó delicadamente por los
labios, satisfecha, mientras depositaba la cuchara sobre el plato ya vacío.
-Deben creer que eres anoréxico o algo así. O peor: pobre.
-Al menos de no puedo quejarme. Pero echo de menos el café.
Valeria levantó la mano, haciendo una seña discreta a uno de
los camareros.
-S'il
vous plaît, monsieur. Un espresso pour moi.
El chico, bajo, delgado, de indudables orígenes
norteafricanos, miró al Giovanni esperando otra petición que no llegó.
-¿Monsieur?
-Non,
merci.
Mientras el camarero se alejaba, Gianni consultó la hora en
su reloj. Valeria, relajada, observaba su alrededor. El restaurante estaba
medio vacío, se veía en el rostro de los empleados que ansiaban cerrar. Por los
ventanales se apreciaba la ciudad, tranquila al abrazo de la noche de un día de
semana. Una discreta música ambiental amenizaba la velada, y sólo se oía alguna
esporádica sirena en la lejanía.
-¿Dónde está el apartamento?
Ella le respondió sin mirarle, entretenida tratando de
escuchar la conversación de una elegante pareja de mediana edad unas mesas más
allá, junto a las ventanas.
-Por la rue de la Paix.
Gianni se recostó mientras el camarero volvía con un
humeante espresso para Valeria.
-Dominique nos ha citado a medianoche, así que hay tiempo,
estamos muy cerca -se acercó la diminuta taza a la nariz, inhalando el perfume
amargo y caliente del café-. ¿Te gusta París?
El vampiro la estudió unos instantes antes de responder,
acariciándose la barbilla.
-¿Y a ti? Llevas bastante por aquí.
-Al principio echaba de menos muchas cosas de Italia. Me
encantaban Milán, Venecia… mi vida estaba allí. Pero aquí soy libre.
-Está Cesare.
Valeria soltó una sonora carcajada y le señaló con el dedo
mientras una media sonrisa se dibujaba en su rostro.
-No es lo mismo, y lo sabes –vio que Gianni sonreía
también-. Aquello era vivir en familia. Mi padre, mi madre. La familia y… la
familia. Aquí somos unos pocos, es diferente, y me gusta lo que hago.
Un apartamento en la rue de la Paix, I Distrito de París.
00:57
Gianni se paseó lentamente por el amplio salón, con la
mirada recorriendo las paredes y el techo. Giró sobre sí mismo mientras
admiraba el cuidado parquet del suelo y la exquisita manufactura de las puertas
de madera. Tenía las manos en los bolsillos y asintió, satisfecho.
-Es justo lo que estaba buscando.
Al otro lado de la estancia, junto a un robusto sillón tapizado,
la joven pelirroja sonrió. La americana verde, a juego con una impecable falda
del mismo color, acompañaba su cabello perfectamente. Con un gesto ligeramente
orgulloso, miró a su alrededor.
-El apartamento perteneció a un general del Segundo Imperio.
-Espero que no quiera recuperarlo –sonrió a su propio chiste-.
Señorita Destin, ¿cómo lo hacemos?
Dominique Destin se acercó al centro del salón, donde, sobre
un amplio escritorio ricamente labrado, había dos carpetas, una negra y otra
morada. Tomó la morada y la abrió, examinando los papeles en su interior.
-Monsieur Giovanni, el procedimiento es muy sencillo:
aquí hay una lista de los documentos que necesitaré antes de dos noches para
que el contrato pueda estar aprobado y preparado a final de semana.
El joven se acercó hacia ella, que le tendió uno de los
folios, Leyó la lista de justificantes y escritos que necesitaba atentamente
antes de devolvérsela.
-Se los haré llegar entre hoy y mañana –la miró fijamente-.
¿Qué mas?
La joven le devolvió la mirada; de alguna manera, era un
gesto desafiante.
-Monsieur Giovanni, ¿qué ha venido a hacer a París?
Gianni se acercó aún más a la Toreador, manteniéndole la
mirada en silencio durante unos segundos.
-¿Eso forma parte del contrato de alquiler? –no hubo respuesta-
El Príncipe tuvo todas las respuestas a sus preguntas, como bien sabe. ¿O acaso
no es él quien pregunta?
Dominique lo observó. Era atractivo, más que atractivo:
guapo. Un poco insolente, un italiano creyéndose más de lo que era en París.
Era interesante, era entretenido. Divertido. Le sonrió, casi jugando.
-Siento curiosidad por usted, monsieur Giovanni. Como
agente del Príncipe, tengo autoridad para exigir determinadas respuestas.
Él le devolvió la sonrisa.
-¿Sabrá hacer las preguntas adecuadas?
La joven fingió una carcajada y sacudió la cabeza,
alejándose ligeramente. Atrajo hacia ella la carpeta negra y la abrió para
buscar entre los papeles que contenía.
-¿Irá usted?
-¿Disculpe?
Al fin extrajo el documento que buscaba del interior de la
carpeta. Era un sobrio sobre de espeso papel blanco, cerrado con un discreto
lacre rojo y marcado en delicada caligrafía con la inscripción “Giovanni
Gianni”. Lo alzó hasta la altura de su rostro y le miró, insinuante.
-La fiesta del viernes. Ha sido invitado personalmente –le
tendió la misiva-. Exijo una respuesta inmediata.